viernes, 4 de marzo de 2011

Alegoría del Invierno / Jean-Antoine Houdon (Versalles, 1741 - París, 1828)

Houdon Jean-Antoine - Alegoría del Invierno (Musée Fabre. Montpellier, 1783)

Dicen que un libro conduce a otro... y es totalmente cierto. En este caso puedo decir que una escultura lleva a otra. Después de mi experiencia con Amor y Psique, de Canova, no he podido resistir la tentación de seguir indagando en esa época que los expertos denominan Neoclasicismo. En este viaje a través del mármol, de la Italia de Canova me he trasladado a la Francia de Jean-Antoine Houdon.


Para acercarnos un poco más a este artista, puedo decir que dedicó prácticamente toda su carrera al retrato a pesar de que en un princípio no le llamase esta técnica. Llegó a establecer criterios totalmente nuevos de verosimilitud física y psicológica que reflejan el pensamiento ilustrado.

Durante su estancia en Roma Houdon diseñó un ecorché (término francés para la figura anatómica desollada sin la piel y con los músculos al aire) que pasó a convertirse en parte del equipamiento básico de casi toda academia de arte. Como retratista, habría de estudiar a sus modelos como lo había hecho con los cadáveres para la ecorché, es decir, tomando medidas exactas de la realidad. Esta preocupación por la exactitud de los rasgos no les hizo perder vitalidad, al contrario, las dotaba con una nueva autenticidad.

Su primer gran triunfo como retratista es el busto de Diderot (1771). Las alabanzas de los críticos insisten en su “naturalidad”, en la forma en que nos transmite la personalidad del modelo. Lo que lo distingue de todos los retratos anteriores en busto es la aparente ausencia de estilo reconocible, como si el escultor hubiera suprimido su propia individualidad. Proyecta una sensación de “presencia viva”. Aquí, por primera vez, nos conocemos a nosotros mismos; el Diderot de Houdon es la primera imagen del hombre moderno: escéptico, antihéroe, con su peculiar mezcla de emoción y racionalidad.

El Voltaire de Houdon, para quien posó semanas antes de su muerte, fue aclamado como su mejor obra. El Voltaire sentado es un retrato “heroicizado”, envuelto el frágil anciano en una toga romana con algo de pelo, aunque carecía de ello por completo. El Voltaire sentado se convirtió en monumento público. El objetivo, acorde con la nueva actitud moralizante del reinado de Luis XVI, era “reavivar la virtud y el patriotismo” del público. La idea tuvo su origen en Francia, pero fueron los ingleses los primeros en llevarla a cabo con el Templo de Glorias británicas.

En 1778, cuando Houdon se convirtió en francmasón, tuvo ocasión de conocer y de retratar a Benjamín Franklin y las replicas del busto difundieron la fama del artista por el nuevo mundo. Así, cuando el congreso de Virginia decidió encargar una estatua en mármol de George Washington, la elección más natural era Houdon. La estatua no se levantaría en la rotonda del Capitolio del estado de Virginia hasta 1796.


Pero no estoy escribiendo esta entrada por los bustos y retratos de los Grandes Hombres o los Ilustrados. Mi atención está completamente dedicada a su obra Alegoría del Invierno, finalizada en 1783.

Veo a una mujer joven, ligeramente cubierta por un velo. Esta prenda oculta su cabeza, se desliza por sus hombros, sin llegar a cubrir completamente los brazos y, cruzando entre sus piernas desnudas, cae hacia el suelo, volviéndose a elevar para, al final, posarse en la boca de un jarrón, de aspecto clásico, situado justo detrás de la mujer. Su postura, ligeramente encogida y con los brazos cruzados sobre el regazo proporcionándose calor, es la única nota de calidez que transmite el conjunto.

Si hago honor al título de esta obra pienso, en un primer momento, que Houdon ha querido representar el Invierno metamorfoseándolo en una diosa, dotándola con los atributos de una mujer para aproximarla a nosotros, a los mortales.

Pero fijándome más detenidamente no puedo dejar de sentir cierta inquietud... El mero hecho de intentar cubrir su cuerpo con sus propios brazos, sin ayuda aparente de nadie que pueda estar cerca, acentúa la soledad de la imagen. Bajo la vista y me fijo en sus pies... que pisan levemente el velo y se elevan discretamente apoyados en la base del jarrón ligeramente roto. Todo este conjunto: su soledad, su desnudez, su rostro inclinado con apariencia de no querer mirar al frente, la proximidad de ese jarrón dañado de aspecto clásico... todo esto, repito, me hace pensar en una mujer atrapada, “arrinconada” si me permitís la expresión, asustada ante una tragedia reciente; pienso en una mujer que, en la Pompeya devastada por la erupción del Vesubio, ha perdido todo teniendo como único refugio un velo y como único apoyo un deteriorado jarrón. O quizá es la víctima de una auténtica tragedia griega de Esquilo, de Sófocles... En fín, prefiero pensar que se trata de un homenaje al invierno.



Referencias

  • Neoclasicismo y Romanticismo : arquitectura, escultura, pintura y dibujo : 1750-1848. [editado por Rolf Toman]. Colonia : Könemann, 2000
  • Rosenblum, Robert. El arte del siglo XIX. [H. W. Janson ; traducción, Beatriz Dorao Martínez-Romillo, Pedro López Barja de Quiroga]. Madrid : Akal, 1992

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