sábado, 9 de abril de 2011

Bernini : el arquitecto de Dios

Gian Lorenzo Bernini (Nápoles, 7 de diciembre de 1598 - Roma, 28 de noviembre de 1680)


Hace unas semanas comenté un par de obras de escultura: Amor y Psique de Cánova y Alegoría del Invierno de Houdon, ambas dentro del Neoclasicismo. Pues bien, esta vez retrocedo un par de siglos y me traslado a la Roma del siglo XVII..., a la Roma de Bernini. ¿Por qué ahora Bernini? Si has visitado Roma la pregunta se contesta por sí sola..., a cada paso que das por la ciudad eterna tropiezas con una obra relacionada con el artista..., ya sea una fuente, una escultura o recibiendo el abrazo gigantesco de la columnata elíptica de la plaza de San Pedro del Vaticano.

Pero mi atención no recae en la ciclópea plaza de San Pedro... o en el oro y bronce de las columnas salomónicas que sostienen el Baldaquino que corona la tumba del fundador de la Iglesia cristiana... Mi atención, repito, camina por la romana Via XX Settembre hasta llegar a una iglesia cuyo letrero anuncia que está dedicada a Santa María della Vittoria. En un rincón de esta basílica, insignificante a los ojos de los viandantes, concretamente en la capilla construída para la familia Cornaro, se encuentra la obra el Éxtasis de Santa Teresa de Ávila. Esta obra es la más conocida y a la vez polémica de Bernini.



Hay que situar a Bernini dentro de la corriente del Barroco. Su importancia para este movimiento artístico solo es comparable a la de Donatello en el Quatroccento y a la de Miguel Ángel en el Renacimiento. El napolitano, inspirado en la antigüedad e impresionado profundamente por la espiritualidad religiosa de San Ignacio de Loyola, presenta al observador la escultura como parte determinante del espacio en el que actúa. Retorna a formas clásicas que desde el manierismo se consideraban en disolución. Con la entronización de su protector el cardenal Maffeo Barberini, como Papa Urbano VIII, comienza en 1623 una nueva etapa para Bernini; el líder de la iglesia cristiana le concede el título de Arquitecto de Dios y le encarga la decoración del interior de la Basílica de San Pedro (como el grandioso Baldaquino sobre la tumba de San Pedro y el monumento funerario del Papa Alejandro VIII, donde aúna arquitectura y escultura de forma magistral).

Al perder el favoritismo papal Bernini es retirado como arquitecto de San Pedro, dedicándose a partir de entonces a obras para encargos privados. En 1647 empieza a trabajar en su obra más admirada y a la vez discutida: el Éxtasis de Santa Teresa de Ávila para la capilla de la familia Cornaro (este cardenal se había convertido en protector de la orden carmelita, que había reformado la santa española) en la mencionada iglesia de Santa María della Vittoria.

Volviendo al lugar de la escena, recuerdo haber entrado en esta basílica cuando la tarde arrojaba los últimos rayos de luz. El interior de la iglesia empezaba a cubrirse de sombras, pero había una capilla que destacaba del resto en luminosidad... era la capilla donde estaba representado el Éxtasis de Santa Teresa. Esta luminosidad tenía su origen en una pequeña claraboya situada en la parte superior de la hornacina donde se encontraba la imagen que iluminaba cenitalmente a todo el conjunto. Esta luz descendía acompañada por la luz artificial representada en los rayos labados en bronce y proporcionaba a la escena una sensación de irrealidad... una sensación de visión mística que era realmente lo que pretendía Bernini. Dentro de la hornacina flanqueada por dobles columnas, estaban representadas dos figuras: el ángel y Santa Teresa. El ángel, con sonrisa pícara, se impone en la escena extendiendo completamente el brazo derecho después de extraer el “dardo de fuego” del corazón de la mujer, y con la tensión grabada en su rostro, sujetando con su mano izquierda un pliegue del hábito de la santa, se dispone a volver a traspasarlo. La mujer, abandonada completamente a la marea de sensaciones que en ese momento la envuelven, se encuentra, apoyada en una nube vaporosa labrada someramente y desafiando la gravedad, en un estado de “suspensión” física y espiritual, en espera de volver a recibir el impacto divino. Los pliegues del hábito magníficamente tallados muestran con poderosa expresividad la fuerte agitación que emana de su cuerpo. La mano y el pie que asoman tímidamente son testigos del desvanecimiento que sufre el cuerpo. Todo el conjunto es una escena, con actores petrificados en el momento álgido de la representación y observados, desde unos graderíos laterales, por unos espectadores, también petrificados, que parecen comentar curiosamente lo que están presenciando... y justo enfrente nos encontramos nosostros, los espectadores reales... igualmente petrificados por la impactante belleza de toda la escena.

Con razón en su época le concedieron el título de Arquitecto de Dios.

   
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


Referencias
 
  • Jesús, Teresa de, Santa. Libro de la vida. [edición, Dámaso Chicharro]. Barcelona : Altaya, D. L. 1998
  • El barroco : arquitectura, escultura, pintura. [Rolf Toman, edic.]. Colonia : Könemann, cop. 1997. p. 279-291 

2 comentarios:

  1. Buenos días David, me ha ilusionado que escribiera sobre el escultor Bernini; el año pasado estuve en Roma y lógicamente no me podía perder la visita a la "Galería-Villa Borghese".
    Allí pude admirar in situ muchas obras suyas y reconozco que son impresionantes, dan la sensación de que el mármol no es ni frío, ni duro, ni pesado... observas y (no sé cómo)todo parece algodón, los pliegues de la piel, el pelo y las posturas casi imposibles te dejan con la boca abierta.
    Así que si visitais Roma es una visita obligada, no os arrepentireis.

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  2. Gracias por tu comentario Alicia y por visitar este blog. También estuve de visita en Roma y poro todos los rincones de esa maravillosa ciudad se respira a Bernini. Tienes razón al decir que sos obras te dejan con la boca abierta... su manera de trabajar el mármol es mágica, irreal, parece que estás soñando cuando lo contemplas. Gracias de nuevo por tu visita a la vez que te animoa unirte como seguidora de este blog. Un saludo.

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